La Unidad 731 del Ejército Imperial japonés
Por Javier Yuste González
Dentro de los estudios de los diferentes conflictos registrados durante nuestra Historia, más allá de los fríos datos que hacen referencia expresa a batallas, personajes relevantes y otros elementos diferenciadores más al uso y del gusto de las monografías clásicas, se encuentran ciertos aspectos menos esterilizados y para los que hemos de tener un buen estómago, como es la experimentación con humanos.
Resulta innecesario recordar los laureles de los científicos al servicio del III Reich en los campos de concentración y exterminio, encabezados por el tristemente célebre doctor Josef Mengele; quizá no el estudioso más brillante, pero sí el más atractivo a las crónicas por su especial sadismo a la hora de saciar su sórdida curiosidad. En cambio, es necesario (quién sabe si debido a la lejanía e ignorancia hacia todo lo oriental), hacer un trabajo respecto a la participación del Imperio del Japón en una serie de líneas de investigación de guerra tachadas como crímenes de lesa Humanidad.
En su día traté el tema de los agentes químicos durante la Gran Guerra (un arma que se consideraba “humanitaria” por aquel entonces), y hoy quiero seguir una senda paralela, investigando y escribiendo acerca de la Unidad 731 del Ejército Imperial japonés o Laboratorio de Investigación y Prevención epidémica del Ministerio Político Kempeitai (Policía militar); de la que tenemos noticia de sus aberrantes experimentos orquestados en sus instalaciones por la misma razón por la que tenemos de la Solución Final nazi: la inquebrantable necesidad de hacer las cosas demasiado bien.
El teniente general Shirō Ishii, máximo responsable del desarrollo de guerra química y bacteriológica del Ejército imperial, se estableció en China en 1932 para hacerse cargo del Laboratorio de Investigación del Ejército sobre Prevención Epidémica, en la fortaleza Zhongma (Unidad Tōgō), en Beiyinhe, provincia de Heilongjiang, donde abriría una prisión experimental. Los problemas que observó allí, con explosiones incluidas, le obligaron a reubicarse en Pingfang, a escasa distancia de Harbin, la capital provinciana, donde no había restricciones para la experimentación aplicada a la guerra. Nacía la Unidad 731.
Algunas fuentes datan la creación de la Unidad 731 en 1938, otras la retrasan hasta 1941, pero siempre con la cobertura de ser una agencia pública de investigación y salud, como otros tantos escuadrones repartidos por los territorios ocupados, desde el norte de China hasta Singapur, incluso en el Japón metropolitano, y cuyas investigaciones abarcaron trece años de esfuerzos y no pocos experimentos inmorales.
Siguiendo un organigrama administrativo impecable, como no se podría esperar de otro modo, la Unidad 731 poseía hasta ocho divisiones que cubrían todos los aspectos necesarios para alcanzar el éxito. La más importante era la de investigación y desarrollo de armas biológicas y bacteriológicas y su afectación a humanos, con una provisión invariable de entre 300 y 400 conejillos de indias o troncos (maruta, 丸太, que es como se los denominaba para un menor impacto psicológico en aquellos que intervinieran en las pruebas como asistentes), entre prisioneros militares y civiles chinos, mogoles, rusos y hasta norteamericanos, sin hacer ascos o excepciones por su género, edad o condición, con un 0% de probabilidades de supervivencia. Las monografías hablan de, por lo menos, 30.000 víctimas.
Complejo del escuadrón 731.
Las siguientes divisiones se dedicaban a desarrollar modos de inoculación masiva de patógenos y parásitos durante bombardeos (Dv. 2 y 3), producción de material para experimentos (cría de ratas, etc., Dv 4), formación de personal (Dv 5) e intendencia (Dv 6, 7 y 8).
En el seno de esta Unidad se llevaban a cabo las siguientes líneas multidisciplinares de investigación:
—Resistencia del cuerpo humano a enfermedades altamente letales, así como a la introducción de elementos extraños en el organismo
—Resistencia del cuerpo humano a intervenciones quirúrgicas extremas e invasivas
—Regeneración de miembros del cuerpo humano
—Resistencia del cuerpo humano a elementos hostiles
—Investigación del impacto psicológico de traumas
Se pretendía alcanzar una serie de conocimientos que dieran solución tanto para la curación de amigos como para el aniquilamiento de enemigos.
Los doctores de la Unidad 731 se obsesionaron con el estudio de la peste bubónica y otras enfermedades muy contagiosas, como el tifus y el carbunco, así como de los agentes patógenos desarrollados que actuarían sobre las unidades militares y poblaciones enemigas mediante los envases y métodos que ingeniaban las Divisiones 2 y 3: el mantenimiento de granjas de pulgas y la fabricaciones bombas especialmente diseñadas para transportar estos insectos (como las empleadas durante el bombardeo de la población de Quzhou, el 4 de octubre de 1940, y que se calcula que causó una plaga que acabó con la vida de más de 2.000 civiles, acción a la que se le deben sumar otras llevadas a cabo por la Unidad 731 y otros escuadrones con idénticos fines, elevando la cifra hasta 400.000 civiles), o los conocidos globos con los que se amenazaba atacar los EEUU continentales.
Pero antes de emplear las armas se quería saber de primera mano sus efectos y registrarse todos los episodios y trastornos de la inoculación de estas enfermedades en los prisioneros, que eran consciente o inconscientemente contaminados. Incluso se abrió una sección de lucha contra las infecciones venéreas, que llegaban a ser transmitidas mediante violaciones sistemáticas entre las víctimas de las pruebas.
Otro campo por el que Ishii y sus hombres mostraban una tremenda predilección era la resistencia humana a intervenciones quirúrgicas traumáticas, mientras se avanzaba en la búsqueda de sustitutos a sueros. Si algo hizo tristemente famoso a Ishii fue su interés por las vivisecciones con individuos sin anestesiar, tratando de dar con el umbral del dolor en circunstancias más objetivas que en un campo de batalla donde un cirujano se ha quedado sin morfina.
Los estudios que permitieron las vivisecciones aportaron datos sobre individuos a quienes se les había llegado a extirpar órganos, sobre todo del aparato digestivo; además de experimentos de extrema radiación en zonas localizadas, producción artificial de embolias, quemaduras, privación de sueño… todo ello hasta la muerte del sujeto o su extenuación, momento en el que se le procuraba un tiro en la cabeza o lo que se les ocurriera.
En una senda paralela a la anterior, encontramos la mutilación y recolocación de miembros en otras partes del cuerpo para investigar la regeneración y conservación de los mismos; vía ésta que entronca con la exposición de los prisioneros a condiciones hostiles para investigar, por ejemplo, la hipotermia severa (campo en el que el fisiólogo Yoshimura Hisato se hizo experto), que era tratada con agua caliente, fuego o, directamente, no lo era y se estudiaba su posible autocuración y reconducción de la sangre hasta los miembros afectados.
Los tiempos de la era espacial se avecinaban y no era cuestión de solo obtener datos sobre los límites de presión, sino de supervivencia a altas velocidades, por lo que algunos prisioneros fueron subidos a centrifugadoras que alcanzaban hasta 15g. Los niños eran los que antes morían durante estos ensayos.
La investigación del impacto traumático se reservaba en exclusiva a las mujeres maruta. Aquellas en edad fértil eran sometidas a constantes violaciones hasta que quedaban embarazadas; se analizaba su respuesta a la violencia ejercida sobre ellas y, luego, eran sometidas a pruebas físicas para determinar reacciones sobre sus cuerpos y los de los fetos: fuertes traumatismos y heridas, muchas de las cuales afectaban a la vida que portaban en sus úteros. En no pocas ocasiones, el feto era extraído para su estudio por vías un tanto expeditivas.
Las actividades en la Unidad 731 se aceleraron en 1944, pero, tras el mensaje de rendición de Hiro Hito en agosto de 1945, como consecuencia del lanzamiento de los dos ingenios nucleares sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, el escuadrón fue oficialmente disuelto. Sus miembros fueron debidamente aleccionados para que guardaran el secreto de los horrores presenciados y causados, mientras se destruía cuanta documentación estuviera a mano y se trataba de dinamitar (sin éxito) las instalaciones. Con el avance soviético por Manchukuo, tras años de negligente desdén político tras el incidente de Nomonhan, las tropas del Ejército rojo sobrepasaron las líneas japonesas y capturaron a miles de soldados y oficiales enemigos; por supuesto, también a varios científicos que estuvieron a las órdenes de Ishii y los suyos. Otros, por el contrario, fueron capturados por unidades occidentales (como el propio Ishii), lo cual les permitió pasar a una especie de dorada clandestinidad; una Operación Paper Clip fuera de Europa, quizá con la intención de que aquellos conocimientos de guerra química y bacteriológica fueran muriendo a medida que los responsables fenecían cómodamente en sus camas, gracias a ciertos intereses.
Oficiales del Kenpeitai (1935).
Mientras que el Tribunal de crímenes de guerra de Tokio apenas rozó el asunto, pues el caso se presentó pobremente defendido y soportado por la Fiscalia, en la Unión Soviética se procesó a más de una docena de acusados vinculados con la Unidad 731 y sus hermanas, durante los conocidos como Juicios de Jabárovsk, en diciembre de 1949. A la cabeza de la acusación se encontraba Lev Smirnov, quien ya se hizo conocido durante los Juicios de Núremberg (1945-46).
La URSS condenó a los acusados a penas de entre 2 a 25 años en campos de trabajo, aunque los médicos de la Unidad 731 obtuvieron la gracia de la amnistía.
El impacto de los crímenes perpetrados por los responsables de la Unidad 731 sobre la sociedad china sigue marcando la actualidad política del país. Desde 1982, el Gobierno de la República popular ha hecho todo lo posible para avivar el recuerdo y estudio de este escuadrón y de todo lo vinculado con el mismo; la mera supervivencia de sus instalaciones ha servido para que hoy sean destinadas a museos monográficos.
En agosto de 2015, coincidiendo con el quincuagésimo aniversario de la rendición japonesa, abrió sus puertas el nuevo Museo de pruebas de los crímenes de guerra perpetrados por la Unidad 731 del Ejército nipón, con seis secciones dedicadas a la guerra biológica japonesa, a la Unidad 731, a la experimentación humana, a la investigación y desarrollo de armas biológicas, a la implementación de la guerra biológica y a la destrucción de pruebas y a los juicios contra los responsables.
Como otros tantos museos de esta índole, más si cabe en este caso, su función es la educación y la conservación del pasado, por muy doloroso o desagradable que éste sea, para inspirar al visitante y reflejar ese extraño escenario de la guerra y la ciencia médica, para, según el folleto del museo, buscar la paz mundial y el antimilitarismo, sin temblarle el pulso al redactor del díptico al acusar a Japón de intentar borrar las huellas de sus crímenes de guerra.
Los frutos positivos, únicos, de todas estas terribles experimentaciones (tanto en oriente como en occidente) no solo son ciertos avances médicos que hoy todos disfrutamos, sino la eclosión de un concepto legal inédito hasta los años posteriores a la contienda mundial: los derechos humanos.
Saludos.