Reseña a «El maestro de armas», Xavier Dorison (guión) y Joël Parnotte (dibujo)
Por Javier Yuste González
Colección: Cómic europeo
Serie: «El maestro de armas»
Formato: Cartoné
Tamaño: 23 x 31
Páginas: 96 Color
ISBN: 978-84-679-2623-1
Un guión en el que no da tregua al lector, cargado de tensión y combates que lo dejarán satisfecho a pesar de haber sido escrito como una historia de una simplicidad excesiva, tanto que sorprende que sea capaz de alcanzar las 96 páginas
Eran los años en los que se daría luz a una idea de religión como arma y razón de odio entre cristianos; de un cisma que no tenía freno y que teñiría de sangre buena parte de la Edad Moderna, defendido por combatientes que se creían en posesión de la única verdad, de una que, encima, es imposible de constatar. No era una lucha entre credos que adoraban a distintos dioses, idénticos en el fondo pero dispares en la forma; sino una rivalidad que iba más allá de la ya eternizada confrontación entre fieles monoteístas. Reforma y Contrarreforma u odio encarnizado y auspiciado por las malas relaciones entre el emperador Carlos V y el rey Francisco I de Francia.
Este telón de fondo en carne viva sirve de pretexto para presentar a Hans Stalhoffer, un maestro de armas caído en desgracia tras perder su puesto y favor en la corte del Delfín. Un hombre que peina canas y que comparte protagonismo en una singular cruzada, junto con su némesis, de nombre Giancarlo Malastraza, respecto a si ha de conservarse el honor que se consagra en la larga espada bastarda o rendirse al futuro representado en la espada ropera.
Hans malvive como violento ermitaño, rebajándose al papel de simple gorila al servicio de un clérigo extorsionador a cambio de unas pocas monedas. Una noche recibe la visita inesperada de Gauvin, el antiguo cirujano del rey de Francia, el cual es perseguido de cerca por los perros de caza de la Sorbona pues en su zurrón carga con un manuscrito del Nuevo Testamento traducido a vulgar, a francés, lo cual es considerado como un acto de herejía. Gauvin, acompañado de su joven acólito, Casper, es un hugonote que pretende cruzar la frontera con Suiza, donde le espera un impresor dispuesto a editar un libro que acerque la Palabra de Dios al pueblo para que no siga confinada entre los gruesos muros del latín y el griego clásico de conventos y palacios; Gauvin arriesga su vida y la de Casper, pero su astucia le sirve para convencer al antiguo maestro de armas para que lo ayude en semejante trance, a lo que Hans accede implicándose en la odisea muy a regañadientes. Hans guiará a la pareja de hugonotes por entre los afilados peñascos y peligrosos montes, bajo el manto del invierno, yendo a parar irremediablemente a una comunidad de fanáticos católicos, lo cual no representará un desafío mayor que el hecho de que el encargado de dar caza a Gauvin sea el propio Malastraza, quien solo fuerza el encuentro con el viejo maestro para dar por zanjada la disputa entre ambos, en combate singular y a muerte, pretendiendo saber qué espada es mejor, la recta o la ropera (ésta última considerada por Hans como un arma de mercaderes y con la que se extinguirá la llama del honor en el campo de batalla).
Xavier Dorison presenta un guión en el que no da tregua al lector, cargado de tensión y combates que lo dejarán satisfecho a pesar de haber escrito una historia de una simplicidad excesiva, tanto que sorprende que sea capaz de alcanzar las 96 páginas. A decir verdad, no acontece gran cosa entre las viñetas, pero la especial forma de dibujar de Joël Parnotte permite saborear una obra de violencia elegante (algo no muy común de ver en las guionizadas por Dorison), aunque se permita el lujo de introducir detalles absurdos y anacrónicos en los encuadres, como un “Hello Kitty” en el lomo de un libro y otros tanto que forman parte de una dudosa “labor exhaustiva” de estudio y documentación de la época.
Es un acierto que no se tome partido por ninguna de las corrientes religiosas que se dan cita entre sus tapas, ni son justificadas; se considera el fanatismo como odioso, se vea por donde se vea, pero sin reprochar nada a los creyentes de ambos bandos, por muy cegados que estos estuvieran. Lo chocante es que el guión considera digno de aplauso el esfuerzo hugonote (luego plagiado por el resto de corrientes cristianas sin excepción), de trasladar la Biblia a idiomas vulgares como una primera llama de libertad social y, sin embargo, centre la acción en Hans Stalhoffer quien, por medio de su enfrentamiento con Giancarlo Malastraza, defiende una idea clasista de la guerra, pues considera que la ropera conllevaría a que el acero fuera común en el Ejército y no un arma exclusiva de la noble caballería; el viejo maestro de armas patrocina una postura también fanática del Pasado que queda atrás ante los fuegos del progreso que no se pueden detener, como tampoco las ideas diferentes a las que imperaban en Roma, ante el cambio que sufría el continente.
El fallo más catastrófico es haber adoptado para el protagonista el nombre de Hans, quien sonará a más de uno y con razón, pues deviene de Hans Talhoffer, quien es considerado como la mejor espada del s. XV y autor de un precioso e ilustrativo manual de combate con todo tipo de armas y armaduras («Fechtbuch»), contando con el detalle de una justa entre un hombre y una mujer en la que se aplicaba discriminación positiva a favor de la fémina. Si esto se debe a un homenaje sentido al personaje real, se queda en agua de borrajas y llega a confundir al lector que quiera ahondar en la situación histórica que sirve de ambientación y en la gracia de ser maestro de armas de un monarca.
«El maestro de armas» no es una lectura apropiada para ojos bisoños por la sangre y violencia tan propias del Dorison histórico, pero sí una entretenida forma de pasar el tiempo entre páginas, viñetas y el viento helador de las montañas que encierran los valles suizos.
Saludos.