Blackhawk derribado: el sargento Cleveland en Somalia
Recuerde: es usted extranjero y occidental. O sea, un objetivo. Aunque haga calor, póngase el casco y el chaleco antibalas que le ofrece Bashir, el director del Hotel Peace. Acaba de bajarse en el aeropuerto de Mogadiscio y ha contratado con él, por el módico precio de 800 dólares la noche, una visita por la ciudad, o lo que queda de ella, protegido por 12 de sus hombres armados. La parada estrella será el bullicioso mercado de Baraka, el escenario de la batalla en la que derribaron dos helicópteros Blackhawk estadounidenses, mataron a sus pilotos y pasearon sus cuerpos por toda la ciudad.
Dependiendo del día y de las instrucciones que le proporcione Bashir -hágale caso-, quizá podrá bajarse del coche de lunas tintadas durante unos segundos para hacer una foto, porque sigue siendo uno de los lugares más peligrosos del mundo. Si se fija bien, aún podrá ver parte del rotor y alguna hélice sobresaliendo de un gran cactus en el segundo escenario de la caída, un pequeño callejón sin salida. Alrededor verá que los hombres pasean con armas de asalto, como aquel año de 1993. Somalia no ha cambiado mucho desde entonces.
Cleveland en el centro.
Entre diciembre de 1992 y enero de 1993, una fuerza estadounidense desembarcó en las playas de Mogadiscio con el propósito de garantizar el reparto de ayuda humanitaria para una población somalí que agonizaba de hambre. Aquella misión, bautizada por Naciones Unidas como Restablecer la esperanza, pretendía poner algo de orden en el caos que había provocado la caída del dictador Siad Barre tres años antes. Ante el vacío de poder, los señores de la guerra, como Mohamed Farah Aidid -que llegó a disparar contra mujeres hambrientas en una cola para el reparto de comida- comenzaron un conflicto civil para repartirse los despojos de un país que se hundía en la anarquía.
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Las tropas de EEUU pusieron precio a la cabeza de Aidid. Cuando fueron a capturarle, todo lo que podía salir mal salió aún peor. Miles de milicianos, envalentonados por el kat, la droga local, los esperaban en el mercado de Bakara. Las calles estrechas del barrio se convirtieron en una ratonera. Emboscaron al convoy de apoyo en la rotonda de entrada en la ciudad y derribaron los dos helicópteros con lanzagranadas. 19 muertos en total. Sus tripulaciones murieron o fueron capturadas. Uno de ellos, el sargento Cleveland, fue linchado por una multitud en plena calle. Profanaron su cadáver y lo ataron con cuerdas para arrastrarlo por la ciudad.
Un fotógrafo canadiense llamado Paul Watson estaba siguiendo desde su hotel la batalla en curso cuando le llegó la noticia de su contacto somalí: "Están arrastrando a los muertos por la calle". Cogió su cámara y confió en su buena fortuna. "Fue muy peligroso", reconoce a este periódico. "Llevaba tiempo trabajando en Somalia y fue bastante fácil que la gente me reconociera, porque tengo una sola mano y en Mogadiscio me apodaban gamay, que significa "manco" en somalí. Cuando buscamos el cadáver aquella mañana, mi contacto le dijo a la gente que gamay quería hacer unas fotos. Algunos reconocieron el apodo y me dejaron acercarme y tomar varias instantáneas", afirma Paul Watson, premio Pulitzer por aquellas imágenes.
Las instantáneas se publicaron en todos los diarios de EEUU a la mañana siguiente y tuvieron un impacto mediático de bomba nuclear. Después del hundimiento de la URSS, ¿quién estaba interesado en humillar de esa manera al ejército yanki? Los milicianos de Aidid habían entrenado en Yemen con un grupo aún desconocido: Al Qaeda de Osama Bin Laden. Bill Clinton, el presidente de EEUU, ordenó la retirada paulatina del contingente, pero el shock aún perdura.
El año siguiente, un general canadiense del contingente de Naciones Unidas en Ruanda llamado Romeo Dallaire enviaba un inquietante fax a Nueva York sobre la gestación de una matanza. En él indicaba que las milicias hutus están haciendo un censo de tutsis para emprender una solución final a la africana. Tres meses después, llegó la matanza.
La única indicación que se dio desde la sede de Naciones Unidas fue la de evacuar a los extranjeros. Clinton recordó entonces la foto de Paul Watson con sargento Cleveland arrastrado y linchado en las calles de Mogadiscio y se imaginó a más soldados estadounidenses macheteados en el país de las mil colinas. El presidente dio entonces la orden de que no se usara la palabra "genocidio", que obligaba a una intervención inmediata. Washington estuvo semanas haciendo equilibrismo verbal para no tener que actuar. 100 días después, los hutus radicales habían asesinado a casi un millón de tutsis y hutus moderados.
"No me arrepiento de haber fotografiado el cadáver del sargento Cleveland, pero ese momento me ha perseguido hasta hoy", admite Watson.
De vuelta a la Somalia actual, nos habíamos quedado en los límites del mercado de Bakara con Villa Somalia, la amurallada sede del Gobierno. Si gira hacia la derecha, llegará a la bella playa del Lido y toda la ciudad colonial italiana en ruinas. Si gira a la izquierda, se encontrará con el enorme campo de desplazados de Darawish, un agujero negro donde miles de personas malviven entre aguas fecales, moscas y tiendas de plásticos.
Rotor de Blackhawk down en Mogadisco.
Es difícil encontrar a testigos de lo que pasó el día de los helicópteros. En Somalia se muere joven.
Saludos.