K.O. para el abuelo Panzer
Por Javier Yuste González
La primera guerra mundial fue un conflicto que cogió a más de uno con el paso de baile cambiado, aunque llevara años fraguándose y que bien pudo haber estallado en 1898, sirviendo de pretexto la intervención estadounidense en Cuba y la caída definitiva del Imperio español.
La Parca que se pasearía sin prisa por los campos europeos y otros puntos del globo encontró unos ejércitos vestidos y organizados a la usanza del s. XIX, enfrentados a pecho descubierto a una maquinaria industrial de picar carne sin precedentes. Si por un lado parecía involucionarse en cuanto a defensa personal, se actuó justo al contrario en materia ofensiva mecánica. Hubo no pocos avances en el campo tecnológico y uno de ellos sería la irrupción del concepto británico de los Landships, que pronto muchas otras naciones adoptarían.
Si alguien se llevó los honores en este asunto de blindajes y orugas fue justo Inglaterra con su Mark IV (evolución del Mark I de abril de 1916). No lo fue, por el contrario, Alemania, reina durante la demorada segunda parte del enfrentamiento cuya chispa prendió en 1914, pues, cuando el extraño rombo inglés desbordó las trincheras enemigas, los mandos y estrategas de las potencias centrales consideraron más oportuno destinar esfuerzos a plantear sistemas de defensa anticarro y no a acelerar el diseño y producción de sus contrapartes.
Un año después de la entrada en escena del Mark, Alemania tuvo lista una tardía respuesta ofensiva: el A7V, un monstruo de 33 toneladas de metal; con unas dimensiones de 7,31 m. de largo, 3,05 m. de ancho y 3,35 m. de alto y un perfil que anunciaba que no iba a ser un arma muy eficaz en terreno abierto, cosa que pronto demostró. El A7V necesitaba de una tripulación de dieciocho hombres, frente a los ocho del Mark; cada una de las seis ametralladoras necesitaba de dos servidores, al igual que para el cañón de 57 mm. a proa; además de esto, se necesitaba de un conductor, un mecánico, un comandante…
El A7V, en conjunto y técnicamente hablando, era superior a sus contrapartes ingleses y franceses, pero eso no tenía porque transcribirse al terreno y a la práctica. De los cien vehículos que fueron contratados, para marzo de 1918 solo se contabilizaban veinte operativos en el frente, lo cual dejaba a Berlín en una delicada situación. Sin embargo, se supo poner remedio a la escasez de medios acorazados gracias a que los comandantes británicos no resultaban ser muy duchos a la hora de defender sus carros o inutilizarlos cuando les caía el enemigo encima. Si a comienzos del último año de conflicto el Reichsheer contaba con esos veinte A7V que hemos referenciado hace un instante, había capturado alrededor de cuarenta Mark IV a finales de 1917, siendo este blindado el vehículo de su categoría más numeroso al servicio de Alemania; y, sin que tuvieran sonrojo alguno al momento de afirmarlo, las tripulaciones germanas preferían el Mark IV antes que el A7V más lustroso recién salido de fábrica; quizá el inglés fuese menos adelantado tecnológicamente, pero estaba perfectamente adaptado al tipo de terreno y lucha que se observaba en el Frente Occidental, acusando las deficiencias del diseño alemán.
El A7V y el Mark IV se encontraron en combate el 24 de abril de 1918, en Villers-Bretonneux, aconteciendo la primera entre carros de combate. Unos quince A7V cruzaron el frente, encabezados por tres líderes que se toparon sorpresivamente con un trío británico de Mark IV, de los que, afortunadamente, dos eran “hembra” (armados únicamente con ametralladoras como complemento de la infantería) y el otro era “macho”.
Debido a que las tripulaciones del grupo aliado habían sido diezmadas en días anteriores por efectos de un ataque con gas mostaza, éstas no se encontraban en condiciones para un enfrentamiento de tal magnitud; aún así, abrieron fuego en primer lugar, sin suerte, a lo que los A7V respondieron a placer con munición anticarro, obligando a las “hembras” a retirarse deshonrosamente, dejando solo al “macho”, al mando del segundo teniente Frank Mitchell, frente al cual los alemanes no tuvieron nada que hacer: el británico repartió estopa hasta que se quedó hundido en el fango tras recibir un impacto directo de mortero. Los artilleros de Mitchell acertaron sobre el A7V Nixe, que terminó volcado y abandonado.
Tras la victoria del Mark IV en su primer enfrentamiento con el A7V, en Berlín no quedó otra que volver a la mesa de diseño y estrujarse los sesos para calmar los crispados ánimos en los despachos ministeriales, aunque ya el fin estuviera muy cerca.
Os recordamos que, en el libro Soldados con Historia: tanquistas, hay un capítulo dedicado precisamente a este encuentro.
Saludos.