Los Califas Omeyas tuvieron que hacer frente a constantes rebeliones tanto de jarichíes como de shiíes que lentamente fueron degastando su poder. Estas revueltas estuvieron alimentadas por la dura política fiscal impuesta por los califas, siempre necesitados de dinero, que recaía en la población musulmana de origen no árabe quienes también reprochaban a los califas su tibio celo por la aplicación de los principios del Islam y su constante parcialidad a favor de los árabes y en especial de los miembros de la tribu de Mahoma. Por su parte, la población árabe tampoco estaba satisfecha pues los califas se apoyaban en uno u otro bando (qaysíes y kalbíes) según sus intereses en lugar de practicar una política de equilibro entre ambos bandos.
Así pues, a mediados del siglo VIII, la desafección eran general a lo largo y ancho de todo el Imperio Árabe, no librándose ni Siria, sede del poder Omeya. El último califa omeya, Marwan II, tenía ante sí un panorama desafiante al subir al trono. Por un lado, tenía que enfrentarse a las revueltas jarichíes en toda Mesopotamia; Siria también se hallaba en rebelión y por último y más grave, debía de enfrentarse a una rebelión armada de los shiíes originada en el Jurasan y que se había extendido por toda Persía y avanzaba hacia Irak y Siria a la espera de la próxima venida del “imám oculto”. En septiembre de 749, la ciudad de Kufa es ocupada por los rebeldes shiíes y en noviembre un bisnieto de Abd Allah ben al-Abbas, primo hermano de Mahoma y de Alí, revela ser el esperado iman y es proclamado califa en la mezquita mayor de Cufa. Sería el primer califa de la dinastía Abbasí, Abu-l-Abbas Abd Allah quien será conocido como al-Saffah, “el sanguinario” o “el derramador de sangre”.
A la cabeza de sus ejércitos shiies, Abbas se pone de inmediato en marcha hacia Siria, derrotando al califa omeya en enero de 750, el cual tiene que huir primero por toda Siria, luego a Palestina y finalmente a Egipto donde es derrotado y muerto en julio de 750.
Mientras perseguía al último califa omeya, Abbas organizó una inexorable cacería de todos los miembros de la dinastía Omeya que eran acorralados y ejecutados allá donde se encontraban no se libraron ni los califas muertos cuyos cuerpos fueron desenterrados y expuestos a la ira del público. Para acabar más fácilmente con la familia del propio califa Omeya, proclamó una falsa aministía algunas semanas antes de la muerte de Marwan II y los invitó a una fiesta donde todos, sin excepción, fueron asesinados (entre 72 y 80 personas).
Solamente dos omeyas de la familia real, más prudentes que los demás, se libraron Yahya ben Marwan y su doble hermano Abd al-Rahman, el futuro emir de Al-Andalus
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