Pura acción televisiva. «El Equipo A»
Por Javier Yuste González
Cualquiera que haya crecido durante la década de 1980, luce una profunda cicatriz en el globo ocular por culpa de tantas horas sentado frente la pantalla de un televisor de rayos catódicos. Puede estar la música, el exceso de laca, horteradas de todo tipo y mucho más para alimentar ese monstruo insaciable que hoy golpea las puertas de los que comenzamos a peinar canas; pero sobresalen, por mérito, propio o no, las series que procedían de los EEUU y cuyos títulos suenan, por fuerza, a todos, y cuyas cintas han acabado rallándose de tantas reposiciones que han experimentado.
Por encima de lagartos fascistas y de un Pontiac Firebird Trans Am de 1982 con demasiada personalidad, la serie que siempre he visionado con gusto, incluso a día de la presente, es «El Equipo A», la cual ha ido dando penosos tumbos por cuantas cadenas de televisión hay. Y cuando se les daba un respiro a sus cortas cinco temporadas, comenzaba yo a sentir una especie de síndrome de abstinencia ante la ausencia de esos cuatro simpáticos y bonachones mercenarios.
Quizá por ello se merezca un huequecito en HRM, por la vinculación militar original y, por qué no, por mera nostalgia.
La idea para «El Equipo A» surgió de la mente del guionista Stephen J. Cannell, de quien se recuerdan producciones como «Baretta» y otras de corte policial. Junto a Frank Lupo, concibió una serie sobrada de acción, disparos y especialistas volando por los aires por aquí y por allá, pero sin que muriera nunca nadie (en realidad, se contabilizan unos tres muertes por violencia, solo una de ellas permitida para público en el caso del general Harlan “Bull” Fulbright, y no muchos más heridos de bala, saliendo incluso ilesos de aparatosos accidentes de helicóptero). Esta última exigencia fue no poco debatida y criticada en su momento, tildando a la serie de fantasiosa e hipócrita. Todo un artificio sin manchas de sangre ni ataúdes, aunque el personaje de “Hannibal” Smith se luciera por el escenario dispensando amenazas de muerte bastante socarronas y contundentes al mafioso, corrupto, cacique, etc., de turno.
La serie da comienzo con la presentación en los títulos de crédito de los cuatro personajes principales, componentes del Equipo Alpha, quienes son acusados por el Gobierno de un delito que no cometieron en 1973, durante un estadio de la guerra de Vietnam. Siendo que el equipo estaba adscrito a los Grupos de Operaciones Especiales (SOG), se especializó en misiones al otro lado de las líneas enemigas, recibiendo, en un momento dado, órdenes del coronel Samuel Morrison para que se infiltrase hasta Hanoi y atracase el Banco nacional para ahogar definitivamente la economía del país comunista y forzar el fin del conflicto. El Equipo Alpha cumple con las órdenes, pero al regresar a su base, ésta ha sido atacada por el Vietcong y el coronel Morrison reportado muerto en combate.
Huelga decir que las órdenes eran solo de conocimiento de Morrison y los integrantes de Alpha, que actuaron al margen de la cadena de mando y de la CIA; de ahí la acusación formal.
Los cuatro personajes creados por Cannell y Lupo pretenden aglutinar, sui generis, cuatro modelos de individuo o personalidades que se observaron durante la larga segunda guerra de Indochina. Si seguimos el escalafón de mayor a menor, tenemos en primer lugar al coronel John “Hannibal” Smith, que encarna a un oficial de carrera altamente capacitado, algo de lo que los oficiales interinos y subalternos no tuvieron la suerte de disfrutar siempre. Muy pocas producciones cinematográficas ambientadas en el Vietnam aparcan la puntilla para generales y coroneles que poco o nada sabían de sus tropas y de la verdadera situación sobre el terreno. Quizá el propio Hannibal sea una ironía que pasó desapercibida a través de las pantallas, con sus planes que siempre salían a pedir de boca, cosa que en Vietnam no solía suceder.
Y supongo que el sarcasmo iba más allá, pues en la serie se hace constantes y ácidos comentarios contra el alcoholismo, incluso en diálogos del propio George Peppard, para quien la botella sería el enemigo que le haría arrastrar una carrera no demasiado brillante y le llevaría a la tumba a los 65 años.
El siguiente en cuestión es el capitán H. M. “Howling Mad (Loco Aullador)” Murdock. Éste, al contrario que los otros tres integrantes del Equipo A, no formaba parte del SOG ni de la 1ª división del 7º de Caballería, sino de la 1ª Brigada de Aviación, y su inclusión era natural ante la capital importancia del apoyo aéreo durante la contienda asiática. Además, siendo que cualquier malo de la serie que se preciara tenía un helicóptero o siempre había algún aparato a mano, negligentemente custodiado, Murdock se hacía notar como el comodín del grupo.
El personaje de Murdock, interpretado por Dwight Schultz, resulta ser el más complejo y completo de la serie, llevando al actor a cargar con el engorroso lastre de aportar una mirada crítica pero suave para el ciudadano medio acerca de los miles de afectados psiquiátricamente tras su paso por The Woods. Es el elemento cómico, que se complementa con M. A. Barracus, haciendo unas “Matrimoniadas” adelantadas, con una nueva locura por cada capítulo, pero aprovechando su presencia para denunciar el deficitario sistema médico que trataba a los veteranos.
A pesar de todo el potencial de Murdock, era la cenicienta. Salía barato en cuanto a vestuario, con esa maravillosa cazadora de aviador; incluso en ligues, pues solo se le emparejó cinco veces (eso sí, con dos mujeres en un solo capítulo) y, en una de las ocasiones, con la actriz Wendy Fulton que, a la sazón, sería la esposa de Schultz en la vida real.
Seguimos con el teniente Templeton “Faceman (Fénix en España, aunque lo correcto y literal sería Caradura)” Peck. El guaperas y galán del grupo que acabó siendo encarnado por Dirk Benedict (conocidísimo tras su paso por «Battlestar Galactica»), quien fue la elección principal de Cannell, pero que no aparece en el capítulo piloto (en éste, Fénix lleva el rostro del actor Tim Dunigan, quien no daba el pego, más que nada, por su enorme estatura, que dejaba a Mr. T como si no fuera otra cosa que un enano forzudo).
Con Fénix volvemos a topar con la fina ironía de Cannell y Lupo, pues el simpático Peck es un reflejo también amable de ciertas malas artes y prácticas durante la guerra, con el mercado negro y tráfico de todo tipo de materiales y sustancias que llegó a ser un verdadero escándalo en las calles de Saigón. No llega al punto de dedicarse al estraperlo ni al transporte de droga en féretros de compañeros caídos y repatriados, pero sí demuestra esa mentalidad mercantilista y oportunista.
Por último está el sargento Bosco “Bad Attitude (Mala Actitud)” Barracus. De barrio, negro y fuerte, en sus músculos se reúne la masa de jóvenes llevados a la jungla para su sacrificio. Su mala actitud, su fiereza, incluso el que llegue a amenazar y a golpear a sus compañeros de Equipo, resume el resentimiento de los estratos bajos del Ejército hacia sus superiores y la guerra. Y la verdad es que nadie mejor para interpretarlo que la estrella de la lucha libre Mr. T., quien para todos los críos era una especie de poderoso rey Baltasar (¿quién no es del rey Baltasar?) y un modelo a seguir, aunque, analizado tras el pasado el tiempo, llegaba a interpretar un personaje bastante castrante.
Queriendo ser hirientes pero justos, «El Equipo A» era una serie de “machotes” para adolescentes y adultos “machotes”, en el que el papel de la mujer era realmente secundario, como mucho de fémina en apuros a la espera de que unos músculos y un poco de plomo resuelvan el conflicto. Y no lo digo yo, lo dice mucha gente, pues las actrices principales no guardan precisamente grato recuerdo de su paso por el proyecto, despreciadas incluso en el trato personal por los actores protagonistas. En el caso de Melinda Culea, que interpretaba a Amy A. Allen, ésta fue despedida por presiones de Peppard, mediada la segunda temporada, siendo su personaje “retirado” al conseguirle un puesto de corresponsal en Nueva York; pero en el de Marla Heasley (quien ponía rostro a Tawnia Baker), se le dio una resolución cuestionable, al darle carpetazo y casándola con el hijo del incombustible Dick van Dyke, tras una serie de capítulos en el que su personaje, lejos de mostrarla como la inteligente Amy, quedaba como una pardilla; y Peppard le dio a Heasley una bienvenida en el set de rodaje durante su primer capítulo del tipo “no es personal, pero aquí no te queremos, así que mueve tu culo para fuera”.
Tras el paso sin pena ni gloria de Heasley, los productores se dieron cuenta de que junto a Peppard y sus hombres no se podía colocar a una mujer a la misma altura; en todo caso, sí a otro hombre, como en la última temporada con Eddie Vélez (Frankie Santana), quien no es un personaje que haga mucha gracia (pues la inclusión de nuevos nombres es sinónimo de que la serie está agonizando, por no decir del cambio de coyuntura), pero que le daba mucha potencia a las escenas de acción.
Con amargor, solo podemos decir que la única mujer con algo de relevancia y personalidad, arma en mano, fue Ana García Obregón, haciendo de sicario de la Mafia italiana.
La estructura de los capítulos siempre, o casi siempre, era idéntica. A saber: gente humilde, pequeños empresarios, campesinos, etc., tanto de ciudad como de campo, que son amenazados por medio de diversas técnicas mafiosas por criminales de toda ralea, de hampones a policías corruptos, que quieren su negocio o propiedades por una cuestión secreta y/o particular, y que se ven, ante la desidia o impotencia de la autoridad local, a contratar a unos mercenarios justicieros que siempre llevan cuatro Ruger Mini 14 bajo el brazo, más que nada porque se ha llegado a un punto en el que solo las balas tienen la suficiente elocuencia. Resulta paradójico aquí que al Equipo no le tiemblen las manos y las voces a la hora de deshacerse de los molestos criminales con tácticas también un tanto mafiosas.
A ello sigue la presentación y un primer enfrentamiento, que terminará con un movimiento demasiado precipitado y violento de los malos o, capturado el Equipo, dejándoles el suficiente tiempo y material para construir ingeniosas defensas o formas de evadirse de sus prisiones (bueno, con una hora les llega para montar de cero un coche blindado (¡!)).
Tres actos teatrales claramente identificables con la sempiterna presencia de la policía militar, que se anuncia con medio día de antelación con sus sirenas y a la cabeza de varios oficiales condenados a arruinar sus carreras en un cometido imposible, entre los que destaca el coronel Decker (Lance Legault), el favorito de todos. A lo que se une la extraña ausencia policial durante el barullo de tiros en calles o que, llevado el malo maloso ante la autoridad, ésta sea siempre corrupta y a nómina del más fuerte.
Por supuesto, aparte de las detonaciones, lo que nos gustaba era ver a esos MacGyvers adelantados y que los planes salieran bien, por mucho que fuera y sea repetitivo; siendo que ahora nos dedicamos, al menos yo, a descubrir y coleccionar las incoherencias de la serie, para empezar por el abuso con respecto a los actores secundarios. Excusamos esto pues durante la década de 1980 participar en proyectos televisivos no estaba muy bien visto si se quería alcanzar cierta fama; más bien la televisión era la hermana pobre del cine, justo lo contrario que sucede en la actualidad, en la que en la pequeña pantalla podemos disfrutar de proyectos mucho más atractivos que en las salas. Por ello no había mucho donde elegir y los rostros de todos fueron paseando por distintos títulos.
El caso más sangrante en «El Equipo A» es el del actor Anthony James, a quien identificamos a la primera como el rastreador Laird enviado por la pérfida reptiliana Diana en busca de Elizabeth Maxwell, la Niña de las Estrellas, en los primeros compases de la serie regular «V», además de por un montón de westerns y producciones de ciencia-ficción, de Serie B y policíacas; sangrante porque su físico desgarbado lo delata. Es que el hombre era de esos que siempre hacían de malo, y llega a salir en esta serie hasta en tres ocasiones (a mí me da que cinco, aunque no consta así en IMDB), con distintos papeles criminales que van desde el simple matón, al policía corrupto o aspirante a líder de un grupo de salteadores. Y es que siempre salían esos hombres con cara de malo que hacían de malo; como el chino que siempre hacía de chino malo, etc.
Ciertamente, por «El Equipo A» circularon la práctica totalidad de los secundarios más identificables de la serie «V», tanto de lagartos como de resistentes. Incluso la base de la Resistencia en el capítulo de “La Batalla final”, se emplea para la ocasión, aunque por un grupo terrorista.
Sin embargo, quien más veces participó con distinto personaje fue Bill Dyer: en nueve ocasiones. Le sigue de cerca Jack Ging, quien interpretaba al general Fulbright, con dos personajes más a cuestas, como son el corrupto capitán SWAT Stark y el patrullero Taggart. Pero si nos tomamos la molestia de averiguar cuántos actores participaron al menos en dos capítulos con sendos personajes, acabaríamos escribiendo una lista prácticamente interminable.
Otro detalle coleccionable es el de los coches a los que les salía de la nada barras antivuelco de repente o, levantándoseles la tapa del capó, descubrimos que carecían de motor. Por no hablar de gente que debía, por lógica trayectoria, haber acabado acribillada a balazos y que, por un extraño influyo magnético, esquivaban la metralla. O tiradores que abren fuego en semiautomático, arreciando balas en automático, y mucho más.
Pero, lo que debería ser más principal: ¿cómo era posible que esa furgoneta negra con franja roja (que tanto mal hizo entre los más horteras del lugar a base de brochazo) y un tipo como Mr. T, con su aspecto y adornos, podían pasar desapercibidos? Risible es la ocasión en la que el Equipo se traslada a Texas y M. A. se cubre el rostro con un pañuelo dejando al aire peinado y cadenas; vamos, que no le iba a reconocer nadie cuando sería el único afroamericano en varios cientos de kilómetros a la redonda. Por no decir que prácticamente no salían de Los Ángeles, salvo en contadas “ocasiones”, sirviendo los bosques de la Baja California para exteriores, dando lo mismo Luisiana, que Texas, que Sudamérica, Vietnam o incluso España.
Y, a todo ello, ¿de dónde venía la fobia a volar de M. A.? No recuerdo que se explique en ningún capítulo y resultaría capital saberlo, sobre todo cuando más del 90% de las operaciones en Vietnam eran aerotransportadas y el propio personaje luce las alas de paracaidista cuando viste uniforme.
Podríamos estar así un largo y divertido rato, pero ya es suficiente. Más cuando lo que pretendo es homenajear esta serie ochentera que me sigue gustando y que veo cada vez que tengo la ocasión, más que nada porque sigue siendo puro entretenimiento.
Saludos.