Mientras esto ocurre en el mar, en tierra y aire los ejércitos aliados están muy lejos de poseer la misma superioridad frente a los países del Eje. Especialmente complicada es la situación del Ejército de Tierra británico en 1939 ya que se encuentra prácticamente en gestación y con muy escasas divisiones incluso para colaborar con Francia ante un previsible ataque alemán. El caso de Polonia, obligada a hacer frente al ataque de la Alemania nazi y la Unión Soviética, no es nada halagüeño. Sus 30 divisiones no cuentan con armamento moderno y se encuentran desprotegidas frente al poder aéreo de los alemanes por lo que su resistencia es casi inviable. La situación en Francia no es tan desesperada ya que en 1939 ha logrado movilizar cerca de 90 divisiones para hacer frente a las 113 que tiene una Alemania que se ve obligada a combatir en dos frentes. El prestigio del ejército francés seguía siendo enorme, pero la realidad no parecía corresponder al recuerdo de sus grandes victorias durante la Gran Guerra. Como dijimos, los franceses interpretaron la guerra que estaba a punto de estallar como lo habían hecho en 1914, por eso, tanto su infantería como la artillería se encontraban en una situación bastante aceptable, pero el gran problema, además de su incapacidad para hacer frente a la guerra moderna que proponían los alemanes, radicaba no en la escasez de tanques, unos 1.770, sino en su deficiente utilización al emplearlos como complemento de la infantería y con una finalidad defensiva. En cuanto a la Wehrmacht, para 1939 contaban con 2.600.000 hombres y unos 3.200 tanques. Frente a la superioridad naval de los aliados y el cierto equilibrio en los ejércitos terrestres, la lucha por el dominio de los cielos parecía que pronto caería en manos de los alemanes.
Después de solucionar los problemas económicos más acuciantes de Alemania Hitler llevó a cabo un nuevo plan económico basado en la construcción de infraestructuras y el desarrollo de la industria armamentística para dotar el Reich de un poderoso ejército con el que imponer su autoridad en el continente europeo. Para el dictador alemán, la gran prioridad fue la Luftwaffe, tanto que el ejército del aire alemán se benefició de un presupuesto ilimitado hasta tal punto que en 1939 ya contaba con unos 4.000 aviones, entre ellos un millar de cazas, 1.800 bombarderos y unos 450 Stukas (bombarderos en picado). El único problema para Alemania era la escasez de bombarderos estratégicos de largo alcance, por lo que al principio de la guerra Gran Bretaña era prácticamente inalcanzable. A todos estos aviones le debemos de sumar los 1.600 aparatos que tenían al principio de la guerra los italianos, aunque casi todos ellos de una calidad inferior debido a su antigüedad.
En Francia, la crisis económica y la inestabilidad política tuvieron unos efectos demoledores sobre la industria armamentística, especialmente en la construcción de aviones. Para que nos hagamos una idea, basta advertir que en 1939 los aviones de caza franceses aún no se construían en serie e incluso no existía un modelo para la elaboración de un bombardero ligero ni en picado. Según las actas de la Dirección del Material Aéreo Militar, el 3 de septiembre de 1939 Francia contaba con 1.157 cazas y 175 bombarderos, pero muy pocos disponían de los perfeccionamientos técnicos que sí tenían los aviones alemanes: hélice de paso variable, motor compresor, radio y tren de aterrizaje escamoteable. Afortunadamente para los aliados, Inglaterra sí que supo anticiparse al peligro alemán e inició pronto un programa de modernización de sus fuerzas aéreas que fueron, precisamente, las que lograrían derrotar por primera vez a Hitler. Los ingleses concedieron mucha importancia a la aviación, por lo que para 1939 ya contaban con 1.700 aparatos, tanto bombarderos de radio corto como los cuatrimotores pesados, bombarderos ligeros, los Mosquitos y cazas modernos, los Hurricanes y Spitfires. Todas las cartas ya estaban sobre la mesa; la superioridad armamentística de Alemania no era tan evidente como para asegurarse una victoria rápida sobre sus enemigos. Posiblemente Hitler sopesó la posibilidad de que las débiles democracias occidentales terminasen aceptando un acuerdo de paz después de la fácil victoria sobre Polonia. La realidad fue bien distinta.
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