Los US Camel Corps. Camellos y dromedarios en la expansión hacia el Oeste
Javier Yuste González
El Salvaje Oeste irrumpió en mi vida gracias al cine. En no pocas ocasiones debido a la terquedad paterna de domeñar la parrilla, de un televisor de tubo de rayos catódicos; en tiempos más modernos, al ejercer idéntico imperium sobre el mando a distancia y ante una oferta televisiva deleznable. A través de esa ventana cambiante me llegaron los ecos de los conflictos de frontera, de las tribus indias en pie de guerra o en son de paz, de los colonos en una carrera desesperada hacia un futuro quizá mejor, de las cargas de caballería o los robos de ganado y atracos a bancos; y, cómo no, de los duelos al mediodía, con el sonido metálico de fondo de una locomotora de vapor, prueba inconfundible del avance imparable del ferrocarril.
Conocí a galanes cuyas camisas no se agujereaban cuando recibían un balazo en el hombro, a damiselas en apuros luciendo los más ostentosos cortes de peluquería del momento de filmación o la roña de atrezo de los spaghetti westerns más inconsistentes. Pero sobre todo a John Wayne, quien, película tras película, repetía vestuario así como graduación militar (coronel casi siempre).
Los exteriores de dichas producciones nos transportaban a los desiertos y tierras baldías de Norteamérica (supuestamente, pues muchas veces eran los de Almería o, incluso, los campos de países europeos tan dispares como Hungría). Ahí estaba el profundo y yermo horizonte de por medio; vastísimas extensiones en las que la insolación y la aspereza floral (algo de verde espinoso de vez en cuando) lo eran todo; un escenario en el que los personajes, quienes se echaban el mundo por montera, vivían y morían.
Yo (vosotros también, de eso no me cabe la menor duda) me preguntaba porqué el Oeste se conquistaría a uña de caballo y no a pezuña de camello o dromedario, animales perfeccionados por la Naturaleza para enfrentarse a las dunas y a interminables jornadas sin abrevadero ni forraje a la vista; justo al contrario que los caballos y los mulos. ¿Por qué no fueron tomados en cuenta para la conquista del Oeste? ¿Por qué no se introdujeron miles de especímenes para que se hicieran comunes en las estepas de los Estados centrales de Norteamérica? Sería de cajón valerse de dichos cuadrúpedos en tales condiciones climáticas y geográficas y, en verdad, los hubo y en suficiente cantidad como para formar el parque de uno de los cuerpos más singulares de la Historia del Ejército estadounidense durante el s. XIX, cuya azarosa y escasamente brillante carrera militar nos da pie para trasladarnos hasta aquellos escenarios reales y no solamente cinematográficos en los que los Wayne, Kirk, Murphy, Eastwood o Scott de verdad sobrevivieron con mayor o menor fortuna.
Esta historia de los US Camel Corps comienza en la década de 1830.
Es durante el curso del año 1836 cuando se produjo un feliz encuentro entre dos hombres que compartían su entusiasmo respecto a la idea de introducir camellos y dromedarios dentro del Ejército de los Estados Unidos; estos respondían a los nombres de teniente George H. Crosman y Ephrain Miller (hijo del general y gobernador de Arkansas James Miller). Entrambos redactaron un memorando que fue remitido al Departamento de Guerra, en Washington, con la esperanza de retener la vista de algún alto funcionario, pero el conjunto de pliegos fue pasando de mano en mano con no cierto desdén.
En 1847, una vez Crosman fue ascendido al empleo de mayor, éste conoció a Henry C. Wayne, militar de igual graduación y con destino en el Departamento de Intendencia. Wayne sorprendió a Crosman cuando le confesó ser conocedor de las especiales cualidades, aptitudes y ventajas del empleo de camellos y dromedarios en climas secos y hostiles como los del país al que ambos servían, en plena expansión hacia el Oeste; por ello no es de extrañar que firmaran un nuevo informe dirigido al Departamento de Guerra y al Congreso, siendo que, en esta ocasión, la propuesta no caería en saco roto al ser considerada por el senador Jefferson Davis, representante del Mississippi y presidente del Comité de Asuntos Militares. Eso sí, se probó sobradamente la paciencia de los apasionados oficiales, pues no es hasta el 3 de Marzo de 1855, llevando Davis dos años en el cargo de secretario de Guerra, cuando el Congreso acordó una partida presupuestaria de 30.000 $ tras ceder al ímpetu del secretario en su reporte anual respecto a la necesidad de introducir varias razas de camellos y dromedarios en los territorios y analizar su aclimatación y comportamiento para su uso militar. El importe concedido debía ser suficiente para la adquisición e importación de ejemplares procedentes de países ribereños del mar Mediterráneo, manutención de la misión y adaptación y travesía del buque factoría USS Supply (teniente de corbeta David Dixon Porter).
Con las bodegas del Supply debidamente acondicionadas para tan especial cargamento, el navío recaló el 4 de Agosto de 1855 en el puerto tunecino de La Goleta. Mientras esto ocurría, Wayne no había estado ocioso y se había desplazado a Inglaterra y Francia para entrevistarse con directores de zoológicos, zoólogos y expertos militares acerca de las necesidades de los animales que estaba dispuesto a adquirir y llevar a los Estados Unidos. Wayne recopiló una ingente cantidad de documentación e informes detallados que serían anexados con las notas que tomaría en Crimea y Egipto tras hablar con distintos oficiales británicos con experiencia en combate con dromedarios y camellos.
Cuando la expedición al completo arribó a Túnez debió de haber una especie de arrebato irrefrenable por hacerse cuanto antes con los primeros ejemplares. No puede haber otra explicación para que un comerciante avispado les guindara a los americanos dos ejemplares aquejados de sarna (de los tres adquiridos). Se empezó con mal pie y el teniente de corbeta Porter quiso poner remedio; para ello contactó con su cuñado, Gwynne Harris Heap, quien, a la sazón, era el hijo del cónsul norteamericano en el pequeño país norteafricano. Heap era un erudito versado en lenguas orientales, costumbres locales y hasta en zoología si a los camellos nos referimos; gracias a su intervención providencial la misión no fue un sonoro fracaso, siendo que, tras muchas vueltas en círculo y tiras y aflojas, consiguió que las bodegas del Supply se llenaran con treinta y tres ejemplares de seis razas distintas por el coste de 250$ la unidad. Para el cuidado de los animales hasta su desembarco en América, se contrataron además los servicios de cinco pastores originarios de Egipto y Turquía.
La expedición zarpó con rumbo al hogar el 15 de Febrero de 1856, azotada sin piedad por las borrascas que dominaban el Atlántico, arribando sin excesivas novedades al puerto de Indianola, Tejas, hacia el 14 de Mayo. Uno de los ejemplares adultos falleció durante el viaje y de las seis crías que nacieron, sobrevivieron dos. Las bestias fueron examinadas al ser desembarcadas, comprobándose que su estado de salud era incluso mejor que el que tenían en sus países de origen.
Tras un corto periodo de descanso y aclimatación al sol tejano, los camellos y dromedarios fueron puestos a prueba entre los días 4 y 14 de Junio en una carrera de resistencia hasta la ciudad de San Antonio, la cual distaba unas 120 millas (unos 193 kilómetros). Los informes que recibió Davis fueron tan significativos al demostrar los dromedarios su rapidez y los camellos su capacidad de transportar pesadas cargas a lo largo de interminables jornadas y distancias, así como su docilidad y sus reducidas necesidades físicas, que llegó a autorizar una segunda expedición al Norte de África y Oriente Medio, siendo ésta completada por Porter el 30 de Enero de 1857 al desembarcar en Indianola un total de 41 ejemplares que, sumados a los ya acantonados en Camp Verde, el total del parque ascendió a 71.
Wayne se obcecó con la idea de enmudecer a quienes se oponían a su proyecto. Debía corroborar la valía de los animales y su superioridad con respecto a los caballos y mulos del Ejército. En uno de los primeros tests efectuados se formaron dos equipos rivales compuestos por seis dromedarios y otras seis mulas que debían completar el trayecto desde Camp Verde hasta San Antonio y regresar a la base. El primer grupo completó la prueba en dos días con una carga de 3.648 libras de avena (nos 1.654 kilogramos); el segundo lo hizo en cinco días y llevando “tan solo” 1.800 libras (unos 816 kilogramos).
Sin embargo, las pruebas puntuales no tienen nada que ver con el día a día en el campamento. Se debieron emplear largos meses para que monturas y jinetes se habituaran las unas a los otros y viceversa. Los hombres no se las tenían todas con aquellas bestias dóciles en apariencia pero que se rebelaban violentamente ante cualquier maltrato, llegando a reportarse luchas hasta la muerte. Otro aspecto era el olor que desprendían, no más fuerte o desagradable que aquellos otros con los que uno podía recrearse; pero sí muy distinto e inusual, hasta el punto de poner de los nervios a los caballos que se cruzaran en el camino con los dromedarios.
Con la elección del nuevo presidente de los Estados Unidos, James Buchanan, los hombres que encabezaban el proyecto fueron desbandados a los cuatro vientos, como se acostumbra cada vez que una nueva administración toma las riendas. La limpieza de siempre. Sin embargo, el nuevo secretario de Guerra, John B. Floyd, mantuvo en activo tan extraño experimento y hasta le dio una utilidad práctica en la construcción del ferrocarril transcontinental para el tramo que uniría, por el paralelo 35, a Fort Defiance (Nuevo México) con el río Colorado (frontera entre Arizona y California).
Quien debió, muy a su pesar, servirse de veinticinco ejemplares del parque de los US Carmel Corps para inspeccionar y cartografiar por dónde discurriría el ferrocarril fue Edward Fitzgerald Beale, anterior superintendente para Asuntos Indios y brigadier de la Milicia californiana. Beale partió con sus hombres hacia Fort Defiance el 25 de Junio de 1857 con 120 animales en un tren compuesto por doce carretas de las que tiraban mulos y caballos. Transcurridas las dos primeras semanas, los remolones rumiantes del desierto recuperaron el tono muscular perdido tras largos meses de inactividad en Camp Verde y, de recibir solo insultos y desprecios por parte de sus conductores y jinetes, pasaron a ser elogiados al tomar la delantera en la caravana sin mostrar queja alguna por cargar con 700 libras de peso (unos 317 kilogramos) en interminables jornadas que se alargaban hasta las cuarenta millas recorridas (64 kilómetros), tan solo llevándose a la boca hierbas y plantas que arrancaban del suelo a su paso, sin llegar nunca a detenerse, y sin preocuparse por beber hasta pasados unos ocho o diez días.
Tras un descanso en Fort Defiance, Beale partió hacia el río Colorado a finales de Agosto. Si en un principio el capitán de la expedición odió a las bestias del US Camel Corps, su opinión ya había variado antes de llegar a Fort Defiance y mejoró ostensiblemente durante las semanas siguientes, al salvarse la caravana entera cuando, desorientada en el desierto, una partida de exploradores a lomos de dromedarios dieron con un generoso y vivo torrente; los animales lo encontraron instintivamente.
La marcha de Beale dio feliz término el 19 de Octubre al cruzar el río Colorado y quedar al amparo de los muros de Fort Tejon, a unas cien millas al Norte de Los Ángeles. Desde allí, Beale remitió sus informes al secretario Floyd, quien, sonriente ante el excelente resultado que dieron los dromedarios, quiso efectuar una nueva prueba de resistencia ordenando al californiano regresar cuanto antes a Camp Verde. Sin embargo, Beale tenía otros planes en mente y retrasó a propósito la partida y el cumplimiento de la orden, dando uso de las bestias para sus propios intereses: las condujo hasta el rancho de su socio Samuel A. Bishop, donde ayudarían al transporte de mercancías hasta Noviembre de 1859, momento en el que Ejército de los EEUU recuperarían la posesión de los animales sustraídos al Gobierno. La intención de Beale era servirse de estos cuadrúpedos y popularizarlos en California, pero no debió pensar que sería a las órdenes de Bishop cuando los US Camel Corps vivirían su bautismo de fuego como unidad de guerra (aunque con jinetes civiles), contra una partida de rebeldes indios mojave.
Aun sin traer consigo los veinticinco dromedarios que se llevó de Camp Verde a mediados de 1857, a Beale no se le eximió de cumplir la orden del secretario Floyd de ejecutar una segunda expedición, esta vez desde Fort Smith (Arkansas) hasta el río Colorado, igualmente por el paralelo 35 y con el mismo número de bestias. Tras un año de exploración, Beale volvió a triunfar en su cometido y a compartir su entusiasmo. Tantos fueron los encomios de Beale que Floyd recomendó al Congreso la adquisición de otros mil ejemplares.
A finales de 1859, como habíamos adelantado, las bestias en poder de Bishop fueron recuperados por el Ejército, siendo, a continuación, conducidos a Fort Tejon para ser empleados, a partir de Septiembre de 1860, en distintas maniobras en el término de Los Ángeles. El parque de los US Camel Corps se mostró muy superior en resistencia a sus contrapartes equinos en el transporte de mensajería entre Camp Fitzgerald y Camp Mojave, distantes 300 millas (482 kilómetros), pero mucho más lento, lo cual supuso la primera mancha en su expediente.
El golpe más duro que recibió el programa de los US Camel Corps fue el estallido de la guerra de Secesión, siendo Camp Verde ocupado por fuerzas confederadas en uno de los volubles estadios de la confrontación. Los rebeldes aprovecharon los dromedarios y camellos para tareas de carga y estafeta, pero también como diversión psicópata, maltratando a varios ejemplares hasta causarles la muerte. Mejor suerte corrieron los que permanecieron en California, transferidos al Depósito de Intendencia de Los Ángeles, donde se les quiso destinar al servicio de correos sin que se llegara a decidir nunca nada al respecto.
La marcha de la guerra y los vientos reinantes en el Ejército federal aconsejaron al por entonces secretario de Guerra, Edwin M. Stanton, decretar la pública subasta de los treinta y siete ejemplares californianos, la cual se celebró el 26 de Febrero de 1864 a 52,56 $ la unidad. Idéntico porvenir corrieron los cuarenta y cuatro que sobrevivieron a los desmanes de los sudistas en Camp Verde, obteniéndose 31$ por cada uno de ellos.
La vida civil de estos animales, a partir de entonces, se limitó a servir de atracción en circos, zoológicos y carreras, así como de bestias de carga en ranchos y explotaciones mineras desde California hasta la Columbia británica, desapareciendo por completo con el paso de los años.