Editorial nº 18 HDLG

¿Damnatio Memoriae?

Que estamos sufriendo una fiebre iconoclasta, con la destrucción arbitraria de estatuas de personajes históricos, es algo evidente desde hace unas semanas.

Que es algo que a algunos no nos sorprende y que es una evolución lógica de esta intelectualmente pobre e inmadura sociedad es algo que, tal vez, requiera una explicación más detenida.

Desde hace ya demasiados años, ciertas corrientes de pensamiento (principalmente anglosajonas) han amparado y potenciado teorías identitarias de compensación ahistóricas fortaleciendo sentimientos de agravio y, lo que es peor, legitimando hechos que, por muy irracionales que puedan ser, compensen esas ofensas.

¿Qué obtenemos de esta mezcla? La búsqueda de una Historia a la carta en la que minorías tiránicas e inmaduras impongan sus impulsos al resto de la sociedad sin el más mínimo consenso.

Y lo que es peor aún, una cierta clase política ampara, por motivos electoralistas y populistas (recordemos que toda corriente política es populista por definición), semejantes ataques a la cultura.

Precisamente, en un momento en que el Alzheimer se constituye como una enfermedad terrible, buscamos eliminar nuestro pasado, nuestros recuerdos como sociedad, lo que nos ha llevado a ser lo que somos en la actualidad.

Parafraseando el título de la magnífica obra de John Kennedy Toole: estamos sufriendo la tiranía de los necios.

Comenzamos con los primeros pasos de una ley de memoria histórica que lleva camino de imponer una Verdad oficial que destruya el método científico, la duda cartesiana. Continuamos con la fiebre iconoclasta de destrucción de estatuas que se asemeja preocupantemente a la narrada por Catherine Nixey en La edad de la penumbra, y que pertenece a una de las fases de la decadencia de las civilizaciones expresada por Oswald Spengler, el de la revitalización del sentimiento religioso (esta vez como presupuestos políticos que constituyen verdaderos dogmas de fe). Y para terminar, con el fin de la Historia, aunque no como vaticinaba Francis Fukuyama, con el triunfo de la democracia y la homogeneización del mundo, acabando con los conflictos que son el motor de la Historia, sino por el fin de la Historia como disciplina científica y, con ella, con el fin de los historiadores.

En definitiva, o cambia la situación y tomamos consciencia de las consecuencias que se derivan de estos actos que estamos padeciendo, o veo a los aficionados a la Historia confabulando en la clandestinidad, memorizando libros al más puro estilo Fahrenheit 451 de Bradbury o, ya en el más apocalíptico de los escenarios, aceptando la Damantio Memoriae de todo nuestro pasado.

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