US RATIONS
Por Javier Yuste González
Voces autorizadas llevan décadas advirtiendo de las graves consecuencias de los malos hábitos alimenticios de la sociedad occidental y de la estadounidense en especial, afincada en el exceso de grasas y azúcares. Por triste que pueda sonar, de la rica cultura gastronómica yanqui de fusión intercultural, solo destaca la típica de Drive-in, la comida basura, que ha recalado con fuerza en nuestras costas para quedarse en forma de monstruosas hamburguesas dobles y pizzas hipercalóricas. Lo que en un principio era comida para obreros, de rápida ingestión y fuerte aporte, se ha convertido en una lacra y epidemia sanitaria para Washington, más que nada por el simple hecho de que la población ya no está sometida a esfuerzos físicos tales como para que hagan necesarios semejantes manjares, jugosos y pegajosos.
Se yerra a la hora de determinar esa cultura de la rapidez y del exceso como de surgimiento posterior a la segunda guerra mundial (aunque las pizzas, tal y como las conocemos, y que en nada tienen que ver con las napolitanas, son una creación neoyorkina de la década de 1940), pues, mucho antes, comenzaron a realizarse los primeros estudios comparativos de la salud del estadounidense medio con ciudadanos de terceros países cuyas estadísticas causaban menos alerta. Se afirma que la “pasión” por la grasa y el azúcar a puñados es anterior a dicho periodo bélico pues EEUU siempre ha sido un país rico en materias primas y con una población que ha disfrutado con mayor premura que el resto de un sector alimenticio industrializado, permitiendo unos precios más bajos y asequibles, lo cual pasó a ser parte del acervo social.
La prueba palpable y objetiva proviene de las cuentas de Intendencia del Ejército estadounidense, previas a la entrada en la Gran Guerra y muy anteriores a la creación de las infames K-Rations. La mayor facilidad para el acceso a productos cárnicos y procesados provocó que, tanto para civiles como para el personal militar, la dieta estuviera fuertemente monopolizada por la grasa y el azúcar en exceso, de diario consumo, tal y como se puede extraer del contenido de las raciones de mochila y campaña de los chicos del Tío Sam.
Las principales raciones de las que disponían los soldados norteamericanos eran las de urgencia (Emergency), mochila (Havershack) y campaña (Field), a las que se suman las de viaje o marcha (Travel), todas en lata (raciones Armour).
Las de urgencia tenían, por lo común, un aporte de pan, carne, chocolate y condimentos. Resulta obvia la capitalidad que se le daba a los carbohidratos, proteínas y calorías de rápida ingestión y de escaso peso (por ejemplo, en la actualidad, en las raciones del Ejército de Tierra español se entrega a los soldados barritas individuales de turrón blando de almendra).
El pan era de trigo pasado por agua a cien grados y luego secado y tostado, para ser molido hasta alcanzar una harina que debería aportársele un 5% de agua.
La carne, fresca y magra, se trituraba y se secaba a una temperatura tope de 71º, debiendo conservar solo un 5% de humedad. Posteriormente se molía hasta hacerla harina. La ración de carne se obtenía al mezclar 16 partes de este producto con 32 de harina de trigo y 1 de sal, creándose pastillas de 85 gramos que se envolvían en papel.
El chocolate era cacao molido, con un 55% de grasa y un peso igual de azúcar en polvo, para ser transformado en pastillas de idéntico tamaño que las de carne y de pan, aunque con un peso de 28,35 gramos (1 onza).
El condimento era una 9/16 parte de onza de sal y ¾ de onza de pimienta negra.
Cada ración consistía en tres pastillas de carne, pan y chocolate.
Por su parte, la ración de mochila contenía alimentos más variados, a saber: 340 gr. de tocino; 453 gr. de galleta; 32 gr. de café; 64 gr. de azúcar; 1,8 gr. de sal y 0,6 gr. de pimienta. El peso del contenido de la lata alcanzaba los 0,891 gramos, la cual debía bastarle al soldado para todo el día y se guardaba junto a la de urgencia.
La ración de campaña era similar a la de mochila, pero con la inclusión de conservas y algo de legumbres. Así: 340 gr. de tocino; 453 gr. de galleta; 113 gr. de judías; 283 gr. de conserva de tomate; 36 gr. de conserva de ciruela en dulce; 32 gr. de café tostado; 64 gr. de azúcar; 1,8 gr. de sal. Cuando se pudiera, el tocino se sustituía por 397 gr. de carne fresca y la galleta por igual peso en pan tierno; igualmente, se podría acompañar de leche evaporada (142 gr.).
Respecto a la ración de campamento: 510 gr. de harina; 68 gr. de judías secas; 32 gr. de café tostado; 91 gr. de azúcar; 142 gr. de leche condensada; 39 gr. de mermelada de frutas; 18 gr. de sal; 1 gr. de pimienta y de vinagre. Cuando fuese posible, por encontrarse en la localidad o poder establecerse hornos, se le sumaba 567 gr. de carne fresca de buey, 453 gr. de patatas y 1 gr. de levadura.
Aún con un examen nada concienzudo de las raciones, dan a entender que la alimentación básica se centralizada en la carne y no en los vegetales, algo por lo que los sanitarios españoles abogaban durante la Guerra de 1898, pero que no se pudo lograr ni aún con los más apasionado programas.
Destaca que, aún para la fecha, la cantidad de azúcar que se suministraba al soldado no dejaba de considerarse a ojos europeos como desproporcionada. La Intendencia en el Viejo Continente solo entendía positiva dicha sustancia para endulzar el café del desayuno (25 gr. por lo común); aunque esa opinión más bien procedía del limitado acceso a dicho oro blanco. También hay quien consideraba alto el porcentaje de carbohidratos, pero no menos cierto es que la ración diaria para un soldado español de la época debía rondar los ¾ de kilo, como en otros ejércitos, como el alemán y el austrohúngaro (750 gr. de pan o 500 gr. de galleta).
Saludos.