Reseña al cómic «Los siete enanitos», de Marvano
Por Javier Yuste González
Dupuis, 1994
56 páginas
ISBN: 9781849181358
El dibujante Marvano (Mark Van Oppen, Zolder (Bélgica) 1953) presentó a comienzos de la década de 1990 una historia como otra cualquiera protagonizada por cientos o miles de personas en la Inglaterra de la segunda guerra mundial; durante una etapa histórica en la que sus participantes apuraban cada segundo de vida pues contaban con la certeza, más que con la posibilidad, de no poder admirar el siguiente amanecer.
Entre la ruinas de lo que en su tiempo fue una concurrida pista de la RAF en Lincolnshire, donde operaba un escuadrón de bombarderos Avro 683 Lancaster, se dan cita tres personas. Por un lado acude una anciana impedida acompañada de su hijo, entrado en la cincuentena, y, por otro, una mujer unos años mayor que el taciturno hombre de rostro familiar que empuja la silla de ruedas de su madre. Es un encuentro misterioso y sin objeto aparente, más aún cuando se devuelve una vieja muñeca de trapo de nombre Blancanieves a su legítima dueña; una muñeca que una niña entregó como amuleto de la suerte al comandante del bombardero S-Snowhite.
Dentro del juguete, tras unas torpes punzadas, permaneció oculta durante décadas la carta manuscrita del sargento de vuelo David Aubie Auberson, del Canadá, para su novia quien, décadas después, sería la mujer en silla de ruedas y, en parte, también para aquella niña que se llamaba Lisa y que ya es adulta.
La misiva, o su contenido más bien, sirve de hilo conductor para el cómic y relata las peripecias y profundas reflexiones del aviador, de la relación con sus compañeros, mandos y mujeres de la base; de cómo se encontró con Lisa y le habló de la muñeca que llevaban a bordo y que terminarían perdiendo durante una misión; de la toma de conciencia del dolor que cargaban cada noche en la bodega del S-Snowhite y que vomitaban sobre Alemania, el mismo que se recibía en Inglaterra desde el otro lado.
La nota de Auberson nos descoloca durante la lectura, pues tardaremos rato en dar con la relación entre sus palabras y el motivo de esa reunión sucedida medio siglo después y en una pista cubierta de cicatrices. Sin embargo, observaremos la reconocible y completísima labor de documentación de Marvano a la hora de preparar el guión y las viñetas. En plata, el dibujante presenta al lector un manual de la vida a bordo de un Lancaster; se cuela por sus entrañas como una sonda y no se contenta con referirse a aparatos o servirse de jerga militar, sino que hasta nos indica dónde uno podría aliviarse la vejiga. Detalles y detallitos que hacen las delicias de aquellos que nos gusta llegar a lo más nimio, un determinado estudio histórico y que es lo que dota al producto de realismo; de aquellos que nos gusta tomar prestados los ojos de los que allí estuvieron, de los que fueron abriendo camino y no de los que se contentaron con hacerlo desde asépticos despachos que, curiosamente, son los que más páginas han merecido en los libros de textos.
Junto con el repaso radiográfico a las máquinas de guerra de metal y carne, resultando interesante que Marvano lance contra el S-Snowhite a un caza nocturno Dornier DO 335 V10 biplaza, el guión se centra en el protagonista, un chaval del Québec que no tiene la edad legal para conducir un automóvil pero sí para pilotar una enorme masa volante y arriesgar la vida en órdagos nocturnos contra los proyectiles de la FLAK alemana y el más puro, caprichoso y cruel azar. Auberson se interroga acerca de lo que hace y del daño que causa a la población civil, aunque nunca llega a censurarse ni a ver otra salida para el brete mundial al que le han subido, por mucho que él sea un voluntario; todo interrogante queda desterrado al tener conciencia de que experimenta una situación que supera la capacidad de comprensión y asimilación de cualquier hombre que agote su existencia en vuelos de miles de kilómetros de distancia y a varios grados bajo cero de temperatura y, cuando puede, entre los brazos de su chica, Sarah. Todo se limita a vivir sin poder saber para qué lado girará la ruleta de la Suerte.
Cada instante, cada persona con la que Auberson trata, cada historia, le afecta mientras va acumulando la carga de cumplir misión tras misión y de los nombres que van desapareciendo en el rol de su bombardero.
Me di de bruces con los trazos de Marvano por primera vez hace años, al leer la adaptación al cómic, en tres volúmenes, de la novela «La guerra interminable», de Joe Haldeman, quien trasladó al campo de la ciencia-ficción sus experiencias personales en el Vietnam como soldado de los Estados Unidos de América (aunque el dibujante ha trabajado en cuantiosos proyectos de este género, así como históricos, como «La Brigade Juive»). Entre aquellas páginas Marvano ya evidenció sus puntos fuertes y flacos como arquitecto que le da al rotring entre viñetas: posee unas dotes incuestionables a la hora de llevar al papel todo tipo de máquinas, estructuras, etc., faltándole un poco (bastante) para lograr lo mismo con las figuras humanas, no siendo capaz de dotarlas de la suficiente expresividad, siendo una de sus manías la de encuadrar rostros a contraluz, técnica que solo le sale a pedir de boca en planos generales y de conjunto.
Con todo lo bueno (amplia, demostrada y pasional labor de documentación) y lo malo (algunas viñetas mejorables que se compensan con las escenas de pura acción), Marvano es capaz de escribir y dibujar en «Los siete enanitos» una historia como otra cualquiera de las muchas que se relatan y recopilan en el Reino Unido de esa que en los EEUU se denominó “La mejor generación”, con la suficiente carga como para que sintamos apego por cada personaje que desaparece en la vorágine de la guerra y por aquellos que la sobreviven sin arrepentirse de nada.
Marvano apunta, dispara y acierta con un cómic que podría pasar desapercibido para muchos aficionados, pues no es un relato de aviones de guerra, sino puramente humano, siendo una lástima que no haya sabido engarzar de forma perfecta el comienzo y que deriva en exceso a las cartelas que transcriben la carta de Auberson y trocean las viñetas.