¿Aló, aló? Tokyo...Aquí Madrid...
El 15 de agosto de 1943 una fuerza combinada aeronaval canadiense y estadounidense desembarcó en la isla aleutiana de Kiska ocupada por las fuerzas japonesas.
O al menos eso es lo que pensaban los aliados.
Tras los fieros combates por Attu en mayo de ese año y los precedentes de los diversos combates contra tropas japonesas en el frente del Pacífico, se esperaba la misma resistencia en la isla de Kiska.
Sin embargo, los japoneses evacuaron Kiska el 28 de julio, delante de las mismas narices de las fuerzas aliadas.
Aunque la retirada japonesa fue ajena a ello, los servicios de inteligencia aliados se hicieron eco de un rumor que corría entre los soldados aliados: que los japoneses habían sido avisados del ataque. Tampoco es que pudiera ocultarse que Kiska iba a ser el objetivo de un ataque, el último territorio ocupado de lo que podríamos llamar la América continental y que debía ser recuperado por una cuestión de prestigio. Pero para la tropa cualquier cosa era posible, y los japoneses se habían esfumado... Alguien les había avisado, no había otra respuesta posible...
En realidad, los servicios secretos aliados sabían que no se había producido filtración alguna, pues vigilaban de cerca a los posibles agentes del Eje, pero aún no habían tenido la posibilidad de caer sobre ellos...
Kobbe
Cuando en enero de 1944 agentes de la Real Policía Montada del Canadá entraron en la oficina de correos de Vancouver y presentaron una orden judicial para “inspeccionar” cierta valija diplomática, los empleados de correos, aunque asombrados, no estaban extrañados: los espías enemigos podían hallarse en cualquier parte.
Al abrirla, hallaron dentro 1000 dólares norteamericanos, una lista con los códigos cifrados para informar acerca de los movimientos de buques y tropas e instrucciones para la fabricación de tinta invisible. Los agentes federales ya tenían la información que querían y lo comunicaron a sus superiores y estos a los servicios de inteligencia aliados, que dieron luz verde a la detención del sospechoso.
Jordana
Fernando de Kobbe y Chinchilla, cónsul español en Vancouver, se hallaba en su residencia desayunando junto a su hija Beatriz cuando su asistente le informó que agentes de la Policía Montada habían solicitado verle. Sin inmutarse, Fernando de Kobbe y Chinchilla supo que el “servicio especial” que había accedido a prestar a Alcázar de Velasco, agente del servicio de inteligencia español, por mediación del ministro Jordana, había sido descubierto.
Serio y grave, recibió a los agentes, los cuales le presentaron las pruebas.
La carta escrita por Alcázar de Velasco con las instrucciones a seguir, los códigos suministrados por la embajada de Japón en Madrid y el dinero.
De Kobbe se puso a disposición de los agentes, que se lo llevaron detenido a él y a su hija. Ambos estaban amparados por la inmunidad diplomática, pero Fernando de Kobbe sabía que sería retenido unos días e interrogado, mientras se “arreglaba el malentendido” con Madrid. Y hablaría, vamos si hablaría, por qué él no le debía nada a los japoneses, ni a Alcázar de Velasco, su deber y su fidelidad eran para España y El Caudillo... y para el ministro Jordana... si quería seguir en la carrera diplomática.
Alcázar
La información proporcionada por Fernando de Kobbe y Chinchilla fue más allá incluso de lo que sus interrogadores le habían preguntado, revelando los nombres de agentes que operaban en Norteamérica tanto para el Abwehr alemán como para el servicio secreto japones, entre los cuales había diplomáticos y periodistas españoles muchos de los cuales huyeron a Argentina tras la detención de de Kobbe.
Su arresto fue fundamental para la caída de varias redes de agentes del Eje en el continente americano. Esta situación causó tal “embarazo” en el Ministerio de Asuntos Exteriores Español que se frenó cualquier acción posterior de espionaje activo a favor de las potencias del Eje.
Fernando de Kobbe y su hija fueron expulsados del Canadá en febrero de 1944 siendo entregados a agentes del FBI en la frontera con los EEUU, allí continuó su interrogatorio hasta ser expulsados de los EEUU semanas más tarde, desde Nueva Orleans, en el vapor español Magallanes.
El Magallanes
¿Cómo se había llegado a esta situación? En octubre de 1942, los servicios secretos estadounidenses descubrieron el enésimo intento del Eje por situar agentes en territorio norteamericano. Estos habían estado vigilando las comunicaciones de Yakichiro Suma, embajador de Japón en la, oficialmente neutral pero bajo el gobierno filofascista de Francisco Franco, proeje España.
Los americanos dieron parte a sus contrapartidas británica y canadiense de la petición del embajador Suma al ministro de asuntos exteriores Jordana y al gobierno español de la apertura de un consulado español en Vancouver (Columbia Británica) para vigilar por los intereses japoneses.
Suma a la izquierda de la imagen.
Suma afirmaba estar preocupado por los canadienses de origen japones que habían sido internados al estallar la guerra en el interior de la Columbia Británica En realidad, su petición era la tapadera para situar un agente al servicio de Japón en la Costa Oeste, sobre todo después de la ocupación de las islas de Attu y Kiska en Las Aleutianas y tras la derrota de Midway, que informara sobre los movimientos y actividades navales en la Costa Oeste y la Columbia Británica
Suma se vio en Madrid con Alcázar de Velasco, agente secreto español y buen amigo suyo, el cual convino en proporcionarle alguien para este propósito.
Bajo el régimen del general Franco, Alemania, Italia y Japón tuvieron carta blanca para reclutar diplomáticos españoles, cuyos consulados y embajadas eran verdaderos centros de inteligencia para las potencias del Eje (y minas de oro para los servicios secretos y de contrainteligencia aliados). Algunos capitanes y tripulaciones españolas actuaban también como agentes del Eje, informando a Madrid sobre las idas y venidas de convoyes aliados desde la costa este de Norteamérica.
El mismo Álvarez de Velasco fanfarroneaba de que gracias a él las “Manadas de Lobos” habían realizado 800 hundimientos...
El gobierno alemán también deseaba un agente en la costa del Pacífico, ya que apenas disponían de información sobre la ruta de suministros aliados a la URSS por Siberia.
En agosto de 1943, Fernando de Kobbe y Chinchilla presentaba sus credenciales como cónsul español en Vancouver.
Tiempo después del “Asunto de Kobbe”, Álvarez de Velasco fue interpelado en las calles de Madrid por tres agentes aliados, un británico, un americano y un canadiense. De acuerdo con de Velasco, el canadiense estaba particularmente “nervioso” y tras varias “amenazas veladas” de matarlo, de Velasco se vio obligado a “interrumpir la agradable reunión”. De Velasco decidió desaparecer de la escena pública durante una buena temporada y no se supo más de él hasta acabada la guerra.
Fernando de Kobbe y Chinchilla no debió de hacerlo tan mal. Continuó su carrera diplomática con toda normalidad, y tras su muerte el 17 de abril de 1955, en su obituario figuraba como “Ministro plenipotenciario, gran cruz del mérito civil, comendador con placa de Isabel La Católica, caballero de la Legión de Honor...etc., etc..”
Saludos