Una propuesta curiosa: el carro estratégico de una sola rueda
Por Javier Yuste González
Trapani.
Imaginemos una dependencia anónima de la Administración: una dependencia bien diferente a las actuales en cuanto a su aspecto general, pues nos detendremos en 1898, año en el que arranca esta curiosa historia o, mejor dicho, se da a conocer.
Nos encontramos en una estancia de delicada arquitectura decimonónica, de altos techos y belleza aún no comprometida por el modernismo funcional y funcionarial; de largos pasillos para largas esperas donde el eco burlón devuelve cada paso que dan los pacientes administrados. 1898, Buenos Aires, República de Argentina; ante nosotros, invisibles invitados, se exaspera, realizando singular guardia, de un lado para el otro y vuelta a empezar, un hombre de fino talle, debidamente uniformado, de bigote puntiagudo y a la moda, y con la bisoñez aún asomando al rostro. Es el capitán de caballería Camilo Trápani y Lara, un hombre devorado por una pasión sin nombre que le ha llevado a considerarse inventor y a convencerse de que ha dado con una brillante solución a uno de los grandes problemas de un ejército en campaña: la movilidad.
El martirio al que está siendo sometido el bueno de Trápani le está soliviantado. El tiempo de espera para ser recibido y poder dar trámite a su propuesta le ha dado sobradas ocasiones para encontrar, nuevamente, las enojosas erratas que se han colado en el texto tras pasar por la imprenta de M. A. Rosas. En aquel cuaderno, de algo menos de medio centenar de páginas, Trápani ha encerrado el espíritu y los datos técnicos suficientes para hacer comprender su revolucionaria criatura móvil.
El capitán Trápani es un hombre ilustrado, cuya aún corta carrera militar le ha llevado a cabalgar y marchar sobre algunos de los territorios más agrestes e inaccesibles de su país, lo cual le ha proporcionado unos conocimientos e ideas para creer que ha dado con la solución para acelerar el ritmo y movimiento de un ejército. Trápani considera que la Industrialización ha transfigurado los postulados establecidos siglos atrás por el general chino Sun-Tzu, de forma que el arte ha dado paso a la ciencia en las cuestiones bélicas; y eso es lo que trae bajo el brazo, debidamente encuadernado: tecnología industrial. Sin embargo, Trápani se precipita en sus conclusiones, pues afirma que la guerra es, a 1898, una ciencia matemática exacta, algo sobre lo que se contradirá en la exposición de su propuesta de carro estratégico un poco más adelante.
Maqueta del ingenio.
Y a su interés por esta transformación se une el abrazo pleno y sincero a la tesis de la paz armada que se aceptó desde finales del s. XIX como único medio de evitar la confrontación y las penalidades de su incierto resultado final. Trápani es defensor a ultranza de la inversión pública sin ambages del desarrollo ingeniero-militar para el sostén de la paz; dotar a la ingeniería del total apoyo del Estado para crear nuevos artefactos, promover una carrera armamentística en la que la guerra obligue a los contrapartes a tomarla como el escenario final. No es solo cuestión de calibres, sino de cualquier elemento útil para el Ejército. Trápani apuesta por la movilidad y su propuesta, esa que lleva consigo y que le ha obligado esa mañana a desgastar suela en piso de mármol, es la de un vehículo de transporte de material que podría dar a Argentina, siempre según el propio inventor, una ventaja a la hora de desplegarse sobre terreno abrupto y en batalla: un carro estratégico de una sola rueda.
El oficial sintetiza en su exposición la causa de sus desvelos, que no es otra que poder dar ventaja a la hora de enfrentarse a terrenos accidentados y, a la par, reducir la fuerza de tracción del carro, pensando en el alivio de las bestias de tiro. La especial configuración del vehículo le permitiría cargar material en un espacio más reducido y de fácil desplazamiento siendo que, para que nos hagamos a la idea, Trápani propone una estructura bastante similar a los carros de guerra de la antigüedad, que de dos ruedas pasan a tener una, y que podría ser arrastrado por un único animal (por este lado, se ahorraría en forraje); aunque, si tenemos que echar mano de un ejemplo más cercano, recuerda a esos engarces modernos que se pueden unir a la parte trasera de una bicicleta de un adulto para remolcar otra infantil, con niño incluido.
Se configura el armazón de una forma tal que su eje o centro de gravedad esté bajo y permita un equilibrio total. Tanto es así que Trápani, sin mostrar temor a pillarse los dedos, afirma que no podría volcar aún cuando el caballo resbalara y cayera, todo ello gracias al diseño piramidal de los compartimentos y a una estructura cercana al chasis autoportante, pero también a una serie de piezas sobre las que no queda clara su naturaleza y que hacen del mecanismo general algo similar a un segway decimonónico.
Segway.
Los materiales de construcción básicos debían ser aluminio, acero Wesman y madera de fresno. Con una altura de 1,50 m., 0,95 m. de ancho y 2,75 m. de longitud (medidas que lo harían circular por senderos angostos), Trápani calcula que su invento tendrá un peso tara de 746 kilos aproximadamente.
La rueda, de ocho radios, madera de fresno y totalmente desarmable, tendría un peso de 24 kilos, sería de 1.5 m. de diámetro y un ancho de llanta de 0.20 de acero Wesman, que evitaría al invento hundirse en el fango. En el eje encontramos una suspensión de muelle (al que hay que sumar otros) para reducir el impacto sobre la carga, pues Trápani destina principalmente su carro al transporte de artillería ligera (cartuchos - unos 7.920 que supondrían 240 kilos- granadas, etc.).
A ambos lados del armazón o chasis, encontramos, a modo de disposición para las alforjas sui generis, sistemas y resortes que permiten asegurar cajas de transporte con seguridad; cajas que irán forradas de corcho y cubiertas por una faja impermeable de caucho, aseguradas a un atril. A lo que se une el diseño exterior de los armones que disponen de ganchos para palas, picos y toda la impedimenta de zapadores.
Además del escaso volumen del carro y supuesta infalibilidad en terreno angosto y fangoso, de la imposibilidad de voltear aún en descarga de un solo lado (por tres puntos de apoyo, dos bastones y los armones en forma piramidal con base de 1,10 x 0,50 m.), Trápani sostiene la inmediatez de rearme y desarme del vehículo mediante un sencillo cuadro de tornillos y seguros.
Trápani se expuso a lo que dictaminara la correspondiente comisión encargada de estudiar las diferentes propuestas que, desde mentes inquietas como la de este capitán de caballería, llegaban hasta las mesas. Sabiendo que el percal era del mismo gusto en demasiados despachos, a nadie sorprende que del invento del capitán Trápani y Lara no haya rastro ni informe favorable, más allá de un ominoso silencio negativo. ¿Sería el suyo un aporte útil o una quimera más? Nadie lo sabe; solo que hemos gastado un poco de tiempo en rescatar los desvelos de un joven señor oficial de 25 años que puso su imaginación al servicio de su patria, para bien o para mal, allá, en 1898.
Saludos.