Armand no podía dormir pese a la fatiga del trabajo en el campo. Presentía que algo iba a ocurrir y no dejaba de dar vueltas en la cama. Era cierto que, en una guerra, en cualquier momento podía suceder algo, pero esta vez sentía algo distinto. Estaba convencido de que pronto todo iba a cambiar de forma radical. De alguna forma presentía que la definitiva invasión aliada de Francia comenzaría en poco tiempo. Entonces lo escuchó.
Era un ruido diferente al de otras ocasiones. Normandía había sido bombardeada desde hacía ya mucho tiempo, por lo que no le sorprendía escuchar explosiones, pero había algo distinto. Salió al exterior y pudo ver cómo varios de sus vecinos ya estaban en las calles. Algunos corrían junto a sus familias buscando refugio. La histeria no tardó en aparecer entre los habitantes de aquel pueblo normando.
Desde el cielo venía el amenazador sonido de cientos de aviones que acababan de cruzar desde Inglaterra. Parecían muchos, muchísimos y Armand también se inquietó. Más todavía cuando el ruido de las primeras detonaciones, bastante cercanas, evidenció que el riesgo de ser alcanzado por las bombas era real.
Los focos alemanes buscaban frenéticamente a los aparatos enemigos que surcaban el cielo y las armas antiaéreas ya estaban disparando con fiereza contra aquellos pájaros metálicos que descargaban su furia sobre la tierra. En medio de un enjambre de balas y proyectiles de todo tipo, los aviones aliados se abrían paso con decisión hacia los objetivos que habían venido a destruir. Aquel numeroso enjambre de bombarderos que venían del otro lado del Canal de la Mancha parecía imposible de detener.
Armand entró en su casa, se quitó el pijama y se puso algo de ropa a toda prisa. Había un pequeño refugio en el que algunos vecinos solían resguardarse cuando los aviones bombardeaban la zona y, en vista de lo que se acercaba, lo mejor era dirigirse hacia allí sin perder más tiempo. Cuando volvió a la calle la mayoría de los habitantes del lugar ya se dirigían hacia lugares protegidos en medio de una atmósfera en la que el pánico iba ganando terreno. Se dejó arrastrar por él y se encaminó hacia el puente a toda velocidad, sin pensar con frialdad, aterrado, deándose llevar por un miedo cada vez más poderoso que no le permitía actuar con inteligencia, sino sólo escapar sin rumbo fijo.
El aullido aterrador de las bombas que habían dejado caer los aviones aliados hizo que un escalofrío recorriera el cuerpo de Armand. Sonaban demasiado cerca, como si estuvieran siendo lanzadas sobre sus cabezas. Entonces comprendió lo que pasaba y se detuvo, mirando fijamente el puente que había al bajar el camino. Los aviones pretendían destruirlo para cortar las líneas de comunicación que pudieran ser utilizadas por las fuerzas alemanas y, por tanto, dirigirse hacia allí era un suicidio.
Tras iniciar el regreso, buscanso un lugar mejor en el que guarecerse del bombardeo, una brutal explosión le dejó momentáneamente sordo y una fuerza invisible le empujó al suelo y le hizo rodar, al tiempo que a su alrededor caían cascotes de piedra y trozos de tierra. Se cubrió la cabeza con las manos y aguantó los golpes de los objetos que llovían sobre él como mejor pudo. Las heridas y las contusiones le dejaron maltrecho y aturdido, algo a lo que también contribuía su miedo y los nervios.
Volvió a ponerse en pie al mismo tiempo que una casa cercana volaba por los aires con un ruido infernal. Una bola de fuego devoró a todos los miembros de la familia que la habitaba y que se encontraban en el portal, sin decidirse a alejarse de ella. Horrorizado, mientras seguía escuchando los insoportables gritos de las personas que estaban muriendo consumidas por las llamas, Armand corrió para alejarse del incendio que se estaba extendiendo a las viviendas adyacentes. Había otros en el pueblo y la temperatura subía constantemente. La luz de los fuegos y las explosiones hacían pensar que el mismísimo Sol había chocado contra la Tierra.
Armand creía estar viviendo una pesadilla. Las bombas caían por todas partes, sin sentido alguno, arrasando toda la localidad y sus alrededores y llevándose por delante la vida de decenas de civiles inocentes. Parecía que el objetivo no era sólo el puente sino toda la zona o, tal vez, aquel desastre se debía a que la precisión de los artilleros de los aviones era escasa. Fuera cual fuera la respuesta, la realidad era que no había forma de escapar de allí. Lo único que se podía hacer era esperar y confiar en que un golpe de suerte permitiera sobrevivir a la catástrofe sin demasiados daños.
De modo que Armand se agachó tras una tapia medio derruida y aguardó a que pasara el temporal, temblando como un flan. Los segundos parecían eternos, como si cada uno se quedara congelado y no quisiera dar paso al siguiente. Alzó la vista y vio los haces de luz que destripaban el cielo en busca de aviones enemigos. Cerró los ojos y respiró profundamente el pesado y ardiente aire. Tuvo tiempo de oír el silbido que se acercaba y luego, durante una fracción de segundo, percibió la explosión, antes de ser destrozado por completo por ella.